Mi anillo de bodas de oro blanco y mi anillo de compromiso de diamante y zafiro se convirtieron en un colgante.
Fui a un joyero que me habían recomendado, le mostré fotos de varias piezas de joyería que me parecieron atractivas para darle una idea de mi gusto y le expliqué lo que representaría el colgante.
Agregué: “El precio es un factor”.
Dijo: “En ese caso, usemos un molde que ya haya diseñado porque eso mantendrá el precio bajo”. Me mostró algunas opciones diferentes y al final me fui con su primera sugerencia.
Estaba absolutamente encantada con mi colgante de “nuevos comienzos”.

El único aporte del diseño que di fue insistir en que el único zafiro tenía que apuntar hacia arriba y no hacia abajo. La lógica del joyero al querer que apunte hacia abajo tenía mucho sentido para mí, pero, por razones que no pude entender en ese momento, me pareció sumamente importante que el singleton lo apuntara hacia arriba.
Varios meses después descubrí por qué era tan insistente. Mientras le contaba a un amigo esta historia, dije: “… pero para mí era muy importante que la cabeza apuntara hacia arriba”.
Hasta que escuché esas palabras salir de mi boca, no tenía idea de que en mi mente el diamante y los zafiros representaban un cuerpo y por eso reaccioné tan negativamente a la idea de que estaba “al revés”.
Ya han pasado 10 años desde que nos separamos y todavía llevo ese colgante casi todos los días. Los anillos ya no tenían ninguna función en su forma anterior, pero al adquirir una nueva forma adquirieron una función nueva, igualmente valiosa.
Estoy bastante seguro de que hay una metáfora en alguna parte.