Es el círculo de la vida.
Como adolescente, un individuo está tratando de establecer un sentido de identidad. Está explorando diferentes roles, adquiriendo diferentes responsabilidades sociales, entendiendo el mundo con una nueva y mejor comprensión cognitiva.
Los adolescentes están en la encrucijada de la vida donde no son niños ni adultos. Es como sentarse en la valla. Súper incómodo y doloroso. Además, tienes que quedarte sentado mucho tiempo y se espera que actúes racionalmente una y otra vez. ¿Cómo puede alguien que se sienta incómodo, inseguro, luchando por estar a un lado o al otro de la valla en todo momento? Entonces, en medio de esta agitación que atraviesa un adolescente, rebelarse parece ser una reacción natural. Y así es como los adolescentes tienen esa mala reputación de no escuchar a sus padres.
Y cuando te conviertes en el padre de un adolescente, estás al otro lado de la cerca, lidiando con tu lado del jardín, que tiene sus propias malezas diferentes para enfrentar y enfrentar. Y luego te preguntas por qué ese niño pequeño que está sentado en la cerca es tan irritable, que solo está sentado allí y relajándose sin tanta molestia por un padre de mediana edad. El padre no se da cuenta de la incomodidad que experimentó durante esos días cuando se le hizo sentarse en la cerca.
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La vida es un círculo. Lo que se siembra de recoge.