En la cultura occidental hay una noción ridícula y ridículamente común de que uno se casa para que su cónyuge se haga feliz. Esta es una razón importante para la plaga de feos divorcios con los que estamos maldecidos para enfrentarnos.
Esto es una tontería absoluta, juvenil y egocéntrica.
No hay obligación por parte de ninguna persona casada de pasar sus vidas tratando desesperadamente de HACER QUE su cónyuge sea feliz. Y para uno divorciarse brutalmente de un cónyuge porque uno se resiente de no haberlo forzado a ser feliz según sus propios términos, es una afrenta a cualquier forma de decencia humana.
Lamentablemente, esta forma de flagrante autocomplacencia y rechazo de la responsabilidad por uno mismo prácticamente nos es impuesta por nuestra cultura profundamente defectuosa y su constante aluvión de tonterías de “mereces ser feliz”.
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El único que puede hacer feliz a una persona es la persona misma.