La primera reacción fue vergüenza, vergüenza de que, aunque todos conocíamos nuestras leyes de aborto y las pautas médicas para el aborto, eran una terrible confusión de draconianos e inadecuados, no los habíamos solucionado y una mujer joven había muerto trágicamente.
Enojo por la falta de espíritu de nuestras políticas que habían barrido el tema debajo de la alfombra durante 20 años. Enojo con los católicos conservadores que rechazan el diálogo y no abortarán sin importar las consecuencias.
Esperaba que su trágica muerte abriera un debate sensible y equilibrado sobre este tema tan emotivo. Desafortunadamente, ese no ha sido el caso, lejos de producir una legislación que permita el aborto en ciertos casos, por ejemplo, como en el caso de Savita, donde el bebé no iba a sobrevivir. El debate se centró en si una mujer podría abortar si afirmaba que iba a suicidarse, y se estancó. Con el lado anti-aborto diciendo que las mujeres que no eran suicidas afirmarían serlo, para tener un aborto.
No hay muchos temas que polaricen a los irlandeses como este. No sé cómo lo vamos a resolver.
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